jueves, 9 de julio de 2015

Sembrando semillas de gusanos y semillas de cambio

Lo que relataré a continuación, es una de mis experiencias cuando como estudiante de maestría en antropología, estuve en la Mixteca, específicamente viviendo en el pueblo de San Mateo Peñasco. Es interesante, cómo hay ciertos episodios y detalles que uno nunca olvida e, incluso, podemos ver de forma tan clara pero, ésto no ocurre (al menos a mí) con respecto al tiempo, a la cronología de los hechos. Puedo decir que mantengo cierta idea de cuándo ocurrieron tales situaciones y, si cierro los ojos y me concentro, puedo llegar a fijar una fecha aproximada, pero no es algo tan espontáneo como lo es, "mi mirada atrás de las caras, los paisajes, aquellas sonrisas y primeras palabras con ellas, etc."

Siento que el tiempo se me pierde, no; más bien se me extravía porque afortunadamente cuento con fotografías, escritos y recuerdos. Sin embargo, cuando quiero saber más, como ahora, voy a la estantería que tengo justo atrás de mí y desempolvo mi tesis de pastas azules. Leo en lo alto "Universidad Iberoamericana" y justo en medio "Proyectos de desarrollo de la sericultura en el ámbito rural de Oaxaca" y abajo; "México D.F. junto con el año "1994". Entonces paso las páginas atropelladamente porque al revisar, leo y me emociono. Y ya saben ustedes que las emociones hay que vivirlas aunque traigan nostalgia y algo más sino, ¿para qué las queremos?



En fin, pero volviendo a lo que quiero platicarles... Perdón, pero no avanzo porque vuelvo a detenerme en esta preciosa palabra: platicar. Y es que cuando se está lejos de su tierra, encontramos un nuevo significado a muchas cosas. Como antropóloga sé bien que el método comparativo es la mejor forma de conocernos, conocer en general, aprender y cuestionarnos. Pero bueno, quiero decirles que después de vivir más de veinte años en España y, escuchar sobretodo que la gente habla y no platica; me enorgullezco de saber que en México, al menos, damos la opción a la palabra para conversar y no sólo hablar por hablar. Bueno, ésto no es tan cierto, pero mis amigos españoles, sabrán perdonarme porque tampoco los mexicanos realmente somos unos maestros en el ámbito de la comunicación. O sea que mi pecado es con el "maíz" y con el "vino". ¡Órale pues! 

Pero es cierto que por acá, las personas se sonríen cuando con mi acento aún mexicano (aunque del otro lado del charco me digan que ya no lo tengo tan, tan...), les digo; "¡vamos a platicar!" o conjugo con mi acento cantarino, este verbo, excepto con el vosotros porque simplemente, no me sale y, las cosas forzadas se notan extrañas.

Cerrando esta larga pausa, vamos a ver si puedo regresar a lo que quería platicarles.

Es sobre lo que hizo tía Bego, aquella mujer que me quiso mucho y me ofreció un lugar para quedarme mientras mi investigación y mi deseo me detuvieran en esta región.


Ella me hizo ver con claridad algo que sucede generalmente con nosotras y nosotros, quienes llegamos a un lugar para hacer por ejemplo; una tesis y dejamos algo... o cambiamos algo, y somos inconscientes de ello y, por eso debemos saber que nuestro actuar debe y tiene que ser profesional. En el caso que contaré no tuvo mayor repercusión que unas risas, y una única temporada (pero al final hubieron más) donde mi tía Bego tuvo gusanos de seda. Así me sorprendió cuando en 1990 regresé al pueblo:

Reproduzco este episodio:

Tía Bego es originaria de la región de la Cañada; se casó con un hombre de San Mateo Peñasco y tiene ocho hijos: Flor (21 años), Erika (18), Rodolfo (16), Agustín (14), Joel (14), Eugenia (5), Leonor (3) y Griselda (2). Tía Bego nunca había cultivado gusanos de seda hasta el año 1990. [Sic] Ella me contaba:

[En 1987] aquí veo que mucha gente tiene sus gusanos y luego lo que sacan lo van a vender a La Costa. Dicen que allí, los tacuates compran mucha seda, pero como yo no he tenido tiempo de criarlos [sic], ni lo sé hacer porque yo no lo aprendí de chica, pues no tengo  [sic] esos animalitos y, ni podría viajar tan lejos porque no sé que diría él [refiriéndose a su esposo], si dejo todo aquí ...y porque me da miedo. Una vez me dijeron Tila y el padre Mario que los cultivara..., que ellos me daban la semilla, pero ¿a qué hora lo hago?. Tila no tiene quehacer y pues puede tener seda.


Ahora verás  que [sic](1990) yo también cultivé mis gusanos. Tila me regaló la semilla. Es que como viene mucha gente como tú a ver lo de los gusanos, pues quise ver cómo se hacía. Como yo no sé, le pedí a mi comadre Inés que me ayudara porque ella, sí los cultivó alguna vez.

...


Tal y como dijo tía Bego, vendió a tía Ángela la caja de capullos que obtuvo y ya no volvió a "echar los gusanos" en años siguientes... Sin embargo, según el ingeniero Víctor Aquino (del Instituto Tecnológico de Oaxaca), tía Bego ha vuelto a criarlos (1994), siendo una de las sericultoras que ha mostrado mayor entusiasmo por el proyecto sericícola. El Ing. Aquino afirma, refiriéndose a ella:


"Participa en todas las juntas que organizamos y le damos semilla. Ahora ella se ha dado cuenta que no es necesario trabajar con mucha semilla porque los nuevos huevecillos producen más seda y exigen menos alimento. Tan es así, que ella me pidió, la última vez, menos de lo que yo reparto a las señoras en promedio porque dice: "Quiero sólo los suficientes para poder cuidar, alimentar e hilar".








Ojalá pronto pueda regresar a San Mateo y saber de tía Bego sobretodo.

miércoles, 8 de julio de 2015

"No lo diré"

- ¿Está muerto?
- Completamente. No hay duda.
- ¿Pero cómo pasó?

No lo sé. Ayer aún pude hablar... pero, hoy de repente, no oí nada. He revisado toda la casa, seguido el cable y no encuentro porqué sucedió. Estoy confundida.

- ¿Y Matías?

Matías no lo sabe todavía. Tardará en llegar pues finalmente fue a recoger los libros que Laura no podía entregarle. Estará aquí a las siete, me dijo que tomaría el tren que salía de Atocha a las seis y cuarto. Tenemos tres horas para solucionar el problema y que Matías, no repare en ello.

Esa mañana, Laura comenzaba su día muy temprano. No le hacía falta que sonara su despertador porque abría los ojos esperando sorprenderlo y, lo sorprendía puesto que cinco minutos antes del ring, ring; ella ya se encontraba en la cocina preparando su café y los desayunos frugales de sus hijos. Era un día especial, pues venía de México su amiga Marcela con la que compartió la edad en que la vida nos ofrece un goteo de sorpresas y tenemos la sonrisa más retadora y, por supuesto, jovial.

Laura tenía que ir a recoger a Marce al aeropuerto y lo haría en metro pues se había quedado sin coche debido a que el mecánico no se lo había podido entregar la tarde anterior. ¡Todo un contratiempo! 

Matías era profesor de música y Laura, le había prometido conseguirle los ansiados libros, imposibles de encontrar en las librerías de Madrid y que Marcela traería de México.

Matías antes de recoger los libros, pasó al centro comercial para comprar un teléfono nuevo, de esos que puedes mover de un lugar a otro y sólo hay que ser consciente de colocarlo en su base para no descargar. Luego recogió los libros y a las siete y diez estaba abriendo la puerta de su casa. Se dirigió al salón, prendió la luz, colocó el paquete de la compra en el suelo y se puso a leer tranquilamente. En ese momento, sonó el teléfono; aquél que tenía en su mesilla del pasillo. Matías se extrañó y todavía dudó de que el sonido viniera realmente de su teléfono porque la tarde anterior, su teléfono estaba muerto.