domingo, 22 de marzo de 2015

Platicando sobre un rincón mágico en el corazón de Oaxaca

Mi descubrimiento:







Acostumbro a viajar con un breve plan de vacaciones consistente en objetivos concretos como por ejemplo; los del verano pasado: disfrutar del mar, el sol y la tranquilidad. Sabiendo lo que quiero y busco; cuento mis ahorros de un año y entonces decido. En aquella ocasión, pensé en regresar a México que es un país que quiero y conozco desde hace una década, cuando viajaba con mochila y sleeping bag.

De México he estado en su maravillosa ciudad capitalina que no me canso de recorrer “y volver y volver a tus brazos otra vez”, como dice la canción. Visito museos, mercados y edificios coloniales; calles, espectáculos y restaurantes. También he ido a la sierra Tarahumara y viajado en el tren de Chihuahua (Chepe) de donde guardo montón de fotos como también, las tengo de Mazatlán o Veracruz.

Cuando viajo acostumbro a guiarme de los comentarios de la gente, el “boca a boca” y lo que encuentro en las redes sociales. De esta forma, supe de Huatulco y sus playas y me dispuse a ir para allá el verano pasado, así que comencé a indagar sobre la manera de llegar y encontré, al menos dos opciones en avión: vía ciudad de México (D.F) a Huatulco o, vía Oaxaca a Huatulco. Como no conocía la ciudad de Oaxaca, planeé estar al menos dos días en esta ciudad y luego dirigirme a la playa.

Me habían hablado del Hotel Las Golondrinas unos amigos que habían estado varias veces allá, así que acudí a Goggle y quise saber más; qué se contaba, cómo era, sus precios, su localización, su servicio y todo lo que me ofrecía. Me maravillé del hotel y de su historia; no sólo la del proyecto de hotel inaugurado en diciembre de1989, sino la de la propia casa que era una vecindad típica de los años 60 y 70´, con la vida de su gente y de doña Petra, una señora que era la encargada del cobro de las rentas y del orden de la vecindad. Mientras iba leyendo acerca de esta parte de la historia de la gran casa, iba imaginando a la gente, y a una Oaxaca de esos tiempos.

En la página web del hotel, las fotos me hablaban de una casa antigua transformada en hotel con no más de treinta habitaciones, pasillos y patios llenos de plantas, flores. Me di cuenta en ese momento que no iría a un hotel típico, de esos impersonales donde te sientes muchas veces parte del inmobiliario y no uno mismo, que también quiere impregnarle al color del ambiente, el matiz personal y único que tenemos como huéspedes y personas.

Afortunadamente mi español si bien puede mejorarse, no es básico y pude traducir de las frases o palabras sueltas que leía, algo más que su significado y me interesé en la historia que se contaba de la vecindad y me convencí que Las Golondrinas sería mi refugio por cuatro días y no sólo por dos.

Llegué al hotel la penúltima semana de agosto a las 8 de la mañana. El recibimiento fue muy agradable, me sentí la persona más importante y sobretodo, muy bienvenido  y un huésped muy esperado. Dejé mis maletas encargadas en el vestíbulo, mientras iba a saborear mi primer desayuno oaxaqueño; me senté en una de las mesas que están en el tercer patio del hotel y debajo de un toronjal que me ofreció una grata sombra, mientras saboreaba y admiraba el arte de los platillos. Porque sabrán ustedes que con tan diligentes cocineras, el menú hay que comerlo con la boca y la vista. Y aconsejado por Rosy, Teresa y Aurora, quise saborear el plato estrella: “los huevos a las golondrinas” y por mi parte pedí también, las frutas tropicales, un jugo de naranja y una taza de café americano. 

Cuando me entregaron las llaves de mi habitación, me sorprendieron dos cisnes blancos en mi cama, hechos artísticamente con las toallas. Deshice mi maleta y cámara en mano empecé a fotografiar la paz, la belleza y la sencillez del hotel. 







Me detuve en cada rincón y pude apreciar las formas de las macetas de barro, las figuras de sombras y luces que daban al patio, las plantas; el olor a tierra mojada y a flores de exquisito aroma; el movimiento de las nubes que apreciaba sentado en el patio del platanal; el sonido del gorrión que quiso acompañarme durante la lectura de mi libro. Puedo decir que mi estancia fue especial y que la ciudad colmó y sobrepasó mis expectativas.


Regresaré…

 Verano de 2014.








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